En el siglo III todo el
mundo romano se ve afectado por una profunda crisis que marcará el comienzo de
una lenta decadencia. Con la irrupción, a finales del siglo IV, por las
fronteras del Rhin y del Danubio de una serie de pueblos, a los que los romanos
denominaban genéricamente bárbaros, esta crisis adquiere caracteres de
descomposición. Uno de estos pueblos, los suevos, se asentarán en Galicia.
Sobre estos siglos oscuros, que van desde la crisis del siglo III
hasta el comienzo del renacimiento urbano y comercial en el siglo XII, apenas
tenemos noticias documentales y los testimonios arqueológicos son escasos. Por
lo tanto, no hay ningún resto que nos indique que aquí se hubiese mantenido
asentamiento alguno.
Debemos
de esperar hasta el año 1163, donde Pontevedra hace su aparición en la
historia, con motivo a la donación de Fernando II al monasterio de Poio de la
mitad de los diezmos de la iglesia de Santa María.
En
1169, Fernando II otorga un fuero real al burgo de Ponte Veteri, el llamado
“Fuero de Pontevedra”. Primer fuero pontevedrés que fue concedido por el rey
de León en Ciudad Rodrigo.
Fuero Real de Alfonso X, año de 1264. Pergamino
que se conserva en el Museo de Pontevedra. Confirmación del otorgado por
Fernando II en 1169.
Sobre
este fuero real inicia su andadura la vida municipal pontevedresa. El texto no
sufre alteración alguna cuando es confirmado en Sevilla, en 1264, por Alfonso
X; realizado a petición de dos representantes del concejo que desea una
confirmación del mismo por el monarca, pues el original, en palabras de los
mismos: “porque este priuilegio non era sellado
et por mala guarda fuera dannado de agua”.
La
Ponte Veteri medieval fue donada, por el monarca leonés, en 1180, a la mitra
compostelana; bajo cuyo señorío permaneció hasta la abolición general de los
señoríos en 1811. Numerosos privilegios de los monarcas castellanos ampararon
su apogeo bajo medieval, que tuvo como sectores punteros la vocación pesquera y
salazonera del arrabal marinero de la Moureira y la actividad artesanal y
mercantil de la villa amurallada.
Los
motivos que habrían podido llevar a Fernando II a fundar una población a
orillas del Lérez son diversos. Entre ellos destaca su valor estratégico; los
invasores portugueses del territorio gallego en el siglo XII solían detenerse
precisamente en el Lérez, incluso sobrepasarlo en pocos kilómetros como lo
hizo Alfonso Enríquez en 1166, cuando se hizo fuerte en el castillo de
Cedofeita. La construcción del nuevo puente medieval que reemplazaba al construido
en época romana, fue quizá el motivo que animó al monarca a fundar una
ciudad-bastida para garantizar su defensa.
La donación de la mitad
de los diezmos de la feligresía de Santa María de Pontevedra, en 1163 al monasterio
de Poio, nos da motivos para creer que Pontevedra ya existía antes de la
concesión foral. Una explicación podría ser que esta diferencia cronológica tan
escasa indicara que la villa ya se estuviese fundando y construyendo su puente,
por lo que aún no estaría configurada en su totalidad en el año de su
donación. Otra explicación es que la villa estuviese asentada en otro lugar y
que en 1169 se hubiese trasladado a la zona actual, tal vez por cuestiones
defensivas.
La configuración topográfica del promontorio sobre el que se levantó
la villa, determinó en gran medida su desarrollo. Se trata de un espolón, semicircundado
por los ríos Lérez y Tomeza y coronado por una amplia plataforma. La villa
comenzó a formarse desde su zona más baja, la próxima al puente del Burgo. El
camino y el puente serán, al igual que en la época romana, las causas directas
del poblamiento medieval pontevedrés, y de ahí hacia el otero donde se ubica la
iglesia de Santa María, con el tiempo, una primera cerca rodeó el
asentamiento. En sucesivas ampliaciones se ordenó en torno a las dos
elevaciones, la ya mencionada, y donde se construyó el convento de los
franciscanos. Las calles se estructuraron en torno a un eje principal que se
corresponde con las actuales calles Sarmiento e Isabel II y; desde ahí
partieron el resto de calles formando un ejemplo clásico de villa medieval con
plano en espina de pez.
Dibujo de Pontevedra, distribución de sus calles
en el siglo XV a modo de espina de pez. (José Benito García)
En los últimos años del
siglo XIII y comienzos del XIV, razones de tipo defensivo y fiscal obligaron a
construir otra muralla, en la que se encuadró el nuevo burgo.
El auge
del siglo XVI se tradujo en numerosas actuaciones urbanísticas y en nuevas construcciones.
Se restauraron o reformaron edificios, calles, plazas, las murallas, los
muelles, hospitales y templos; pero también se erigieron nuevas construcciones
como la Casa Consistorial, la alhóndiga, la traída de aguas y las fuentes de la
Herrería y Santo Domingo, así como un elemental sistema de alcantarillado.
Entre las edificaciones religiosas y asistenciales se encuentran Santa María
del Camino, San Bartolomé y el hospital de San Juan de Dios; pero la obra
cumbre del siglo XVI pontevedrés es, sin duda, la basílica de Santa María,
mandada construir por el Gremio de los Mareantes.
Villa y
arrabal, burgueses y mareantes, la convirtieron en una ciudad activa, dinámica
y abierta a todas las rutas; alcanzando en el siglo XVI el cenit de su
esplendor, como reflejan las descripciones del Licenciado Molina y de Ambrosio
de Morales.
Dibujo de Pontevedra, realizado por Pier María
Baldi en 1669, cuando formó parte del cortejo de Cosme III de Médecis en su
viaje por España y Portugal, entre septiembre de 1668 y marzo de 1669.
La
crisis de los siglos XVII y XVIII modificaron la villa, el vecindario disminuyó
de forma continuada y en la estructura social se produjo un progresivo
empobrecimiento. Pontevedra permaneció durante estos dos siglos dentro de sus murallas,
muchas casas fueron abandonadas y el arrabal de la Moureira quedó casi
despoblado.
Durante
el siglo XIX, una medida que contribuyó a revitalizar de algún modo la decaída
vida pontevedresa fue su nombramiento como capital de provincia por Real Decreto
de 30 de noviembre de 1833, tras salir victoriosa de su pugna con Vigo y la
obtención del título de ciudad por Real Carta, otorgada por Isabel II el 23 de
noviembre de 1835.
Las
nuevas funciones administrativas, derivadas de su condición de capital provincial,
le confieren una nueva personalidad apacible, culta y discretamente decadente,
con la que ha llegado a nuestros días. A partir de ese momento se somete a un
cambio radical transformando su estructura urbanística. La vieja villa derribó
sus límites amurallados, ensanchó y empedró sus calles, diseñó planes de
modernización y amplió sus comunicaciones con el exterior. A mediados de siglo
se derribaron las murallas y puertas, por carecer ya de su finalidad defensiva
y fiscal; empleando sus piedras en el empedrado de las calles y vendiendo las
sobrantes. También se derribaron las Torres Arzobispales y los edificios
religiosos, como San Bartolomé (hoy en su solar se levanta el Teatro Principal
y el Liceo Casino) y el templo del convento de Santo Domingo, del que solo se
conserva parte de su cabecera; la cárcel del puente del Burgo fue derribada en
1865 y en su lugar, años más tarde, se levantó la primera plaza de abastos
cubierta; se derriban soportales y se enlosan la mayoría de sus calles; se hacen
también las primeras aceras; se trazan nuevas calles y se urbanizan las plazas,
construyendo fuentes en algunas de ellas, la vieja fuente de la Herrería se
sustituye por otra nueva.
El sostenido crecimiento demográfico obligó a remodelar el casco histórico,
a planificar el ensanche y a embellecer los espacios públicos. Las clases altas
residían en el ensanche, en las zonas comerciales y en los enclaves residenciales
tradicionales de Santa María, Teucro, Isabel II y Alhóndiga; las clases medias
vivían en el resto del recinto histórico y las clases bajas se asentaban en la
Moureira, el antiguo barrio marinero que, tras dos siglos de crisis y despoblamiento,
vuelve a cobrar importancia. Entre las actuaciones en los espacios públicos,
una de las más brillantes y acertadas fue la realizada en el conjunto de la
Alameda y las Palmeras, donde se construyeron edificios nobles para albergar
las instituciones propias de la capitalidad, como el instituto, la Diputación,
el grupo escolar (hoy Gobierno Militar) y el Palacio Municipal (Ayuntamiento),
obras estas tres últimas del insigne arquitecto Alejandro Rodríguez-Sesmero.
A principios del siglo XX, la línea costera se prolongaba hasta la
desembocadura del río Tomeza; la ría todavía describía la ensenada de
Lourizán, dominada por el palacio y finca de Montero Ríos, en la actualidad
Centro Forestal y la de Mollabao, frente a cuya capilla “dos Santos”,
expresaban los marineros su devoción al entrar y salir de la ría. En la
desembocadura del Tomeza comenzaban los peiraos, que desde la edad media
sirvieron de muelles a la flota marítimo-pesquera pontevedresa, extendiéndose
hasta más arriba del puente de la Barca. Todavía la ciudad se reduce a lo que
fueron siempre sus dos núcleos principales y originales, el centro histórico y
el barrio de la Moureira. El crecimiento será muy lento durante las primeras
décadas y no fue hasta los años sesenta y setenta cuando se implantó una etapa
de desarrollismo que alteró la morfología urbana; se derribaron numerosos
edificios históricos, salvo el casco antiguo, y se destruyó el contacto con el
Lérez y la antigua Moureira. Hoy en día todavía continúa la expansión de la
ciudad y la remodelación de calles y plazas, adaptando su morfología a una
ciudad más dinámica como se quiere convertir, acorde con su época.