Translate

viernes, 5 de febrero de 2010

Héroes de la Antártida

.

La gloria es la recompensa de los vencedores, de los que triunfan, la historia les guarda un puesto de honor, han sido los mejores, los primeros, los número uno y así serán recordados. Pero existen otros, que aun habiendo estado cerca de ese puesto de honor, no lo han conseguido, aunque su esfuerzo y sacrificio hubiese sido igual o incluso en ocasiones mayor, son los segundos, son los olvidados. Pocas veces, por no decir ninguna, nos acordamos de ellos, han luchado y se han esforzado, pero no han alcanzado ese lugar que los inmortalizará para siempre en la historia.

La Antártida es un vasto territorio desértico e inhóspito, de planicies, montañas, volcanes y abismales grietas bajo un manto helado; un territorio donde los vientos pueden soplar a más de 250 km/h y las temperaturas descender a casi 80 grados bajo cero. La conquista de este continente aparecía en las primeras décadas del siglo XX como un ineludible desafío para el hombre. Las expediciones al Polo Sur, bajo condiciones extremas y difíciles, precisan de una preparación minuciosa. Conseguir doblegar al medio y lograr el éxito personal, fueron los acicates de una dramática carrera en la que sólo valía vencer, aunque se dejase la vida en ello.

En 1911, tuvo lugar un acontecimiento que marcó un hito en las conquistas del hombre, el explorador noruego Roald Amundsen (1872-1928), realizaba su expedición a la Antártida y alcanzó por primera vez el Polo Sur. Su rival fue el británico Robert Falcon Scott (1868-1912), capitán de la Royal Navy, que llegó al Polo Sur sólo un mes después que Amundsen, pero ni él ni los demás miembros de su expedición, consiguieron sobrevivir en el viaje de regreso.

Roald Amundsen Scott, nacido en Davenport, logró ingresar a los trece años en la Real Armada Británica. Cinco años más tarde, en 1886, entró a formar parte de la escuadra de las Indias Occidentales, que se encontraba al mando del famoso explorador ártico Albert Hasting Markham. En 1899, Sir Clement Markham, presidente de la Royal Geographical Society de Londres, organizó una importante expedición a la Antártida y eligió a Scott para dirigirla, éste reunía las cualidades necesarias para una empresa de semejante envergadura: era un buen científico y un excelente oficial. Scott acepta dirigir la National Anthartic Expedition a bordo del RRS Discovery que comenzaría en 1900 y coloca un anuncio en el periódico que decía así:

"Se buscan hombres para viaje azaroso. Paga pequeña, frío intenso, largos meses de completa oscuridad, peligro constante. Regreso no asegurado. Honor y reconocimiento en caso de éxito"

(Aunque los historiadores difieran de este hecho, algunos aseveran la veracidad de este anuncio)
RRS Discovery
Scott se obsesionó luego con la idea de alcanzar el Polo Sur, consideraba que era de vital importancia ser el primero, más allá de motivos personales, lo motivaba el honor para su país.

Robert F. Scott
A comienzos de 1905, Scott inició una campaña con el objeto de recabar fondos para una segunda aventura expedicionaria al Polo Sur. Finalmente, se hizo con los servicios del buque Terranova y experimentó con los primeros vehículos motorizados para la nieve. Desechó la idea de utilizar perros para tirar de los trineos, prefiriendo el empleo de potros siberianos, a los que erróneamente creía mejor preparados para la nieve y las bajas temperaturas. En caso de muerte, pensaba, los animales servirían para alimentar a la expedición. Esta equivocada apreciación iba a ser una de las causas del trágico final de la aventura.
El 10 de junio de 1910, el Terranova zarpó de Inglaterra con dirección a Australia con todos los pertrechos de la expedición y un equipo de más de treinta personas. Entre ellas se encontraban el teniente Henry Bowers, el Dr. Edward Wilson, el contramaestre Edgar Evans y el capitán de caballería Lawrence Oates.

En medio de la travesía, fue informado de que el noruego Roald Amundsen también se dirigía al Polo Sur, Scott no disimuló su desazón, el proceder del noruego le pareció desleal por no hacer público sus propósitos con mayor antelación. Amundsen había divulgado la noticia de que se proponía realizar una expedición al Ártico, cuando en realidad tenía en mente llegar al Polo Sur. A partir de ese momento, la misión de explorar el Polo Sur, se convirtió en una carrera para ver quién era el primero en llegar.
El texto del telegrama que Amundsen envió a Scott fue el siguiente:

“Me permito informarle que el Fram se dirige a la Antártida. Amundsen”

Scott llegó a la Antártida en el ballenero escocés Terranova en enero de 1911. Ese mismo mes llegó Amundsen, a bordo del Fram, a la Bahía de las Ballenas (situada unas 60 millas más cerca del Polo Sur que la base de Scott, en McMurdo).

El viernes 14 de diciembre de 1911, los noruegos alcanzaron los 90º de latitud Sur, el Polo Sur de la Tierra, pasaron tres días allí y emprendieron el viaje de regreso a su campamento base (Framheim), al que llegaron el 25 de enero.
Equipo de Amundsen
Cuando Scott llegó al Polo Sur, el 18 de enero de 1912, descubrió que Amundsen lo había logrado un mes antes. Amundsen dejó una bandera noruega, una tienda negra y una carta para Scott. La carta decía lo siguiente:

Querido Capitán Scott:
Como usted probablemente es el primero en alcanzar esta área después de nosotros, le pediría amablemente expedir esta carta al Rey Haakon VII. Si usted quiere usar cualquiera de los artículos abandonados en la tienda no deje de hacerlo. El trineo dejado fuera puede ser empleado por usted.
Le deseo una vuelta segura. Cordiales saludos, Roald Amundsen.
Equipo de Scott
La planificación de la expedición fue el factor que marcó la diferencia, eso contribuyó a que Scott fracasara dramáticamente y Amundsen lograse el éxito. Amundsen utilizó para transportarse cuatro trineos y perros de raza groenlandesa, todos los perros estaban magníficamente adiestrados y Amundsen y sus hombres los controlaban a la perfección. Amundsen sacrificó a algunos de estos animales antes de llegar al Polo Sur y reservó su carne para el viaje de regreso, así disminuía la carga que se debía de transportar y garantizaba la alimentación de los perros supervivientes.




Scott se resistía a emplear perros, ya que detestaba la idea de sacrificar a unos cuantos para alimentar a los demás. Por este motivo, a los perros que llevaba los mandó de vuelta cuando la situación fue empeorando. Llevaba 3 trineos con motor que pronto se averiaron y sus 17 ponies, que cargaban pesados sacos con avena para su alimentación, se hundían en la nieve y al transpirar por todo el cuerpo, su piel se congelaba, cuestión que no pasaba con los perros al transpirar a través de su lengua. Scott tuvo que ordenar su sacrifico. Sin animales como porteadores, la expedición tuvo que continuar a pie cargando con su equipo.
Lawrence Oates
La expedición de Amundsen tenía, además, mejor equipamiento, ropa de más abrigo y mejores alimentos y aprendió técnicas de supervivencia de los indígenas de los climas árticos, algo que no hizo Scott, quien se limitó a seguir las indicaciones y consejos de sus predecesores en el Ártico y de sus superiores de la Royal Navy, quienes no quisieron o no supieron aprender demasiado de los inuit. Exhaustos, hambrientos y con terribles congelaciones, desmoralizados por el fracaso de no ser los primeros y con la completa seguridad de que no resistirían la travesía, Wilson, Evans, Scott, Oates y Bowers, emprendieron el viaje de retorno, pero jamás regresaron, tuvieron que soportar un frío extremo en su camino de vuelta, las nevadas intensas e incesantes y los terribles vientos. El primer miembro de la expedición de Scott que murió fue Evans, se encontraba lastimado tras una caída que lo había dejado malherido. Poco después falleció el capitán Lawrence Oates, quien padecía horribles congelaciones, gangrena incluso, una vieja herida de guerra reabierta y hasta parece que escorbuto, había perdido la movilidad de un pie por la congelación, lo que obligó a sus compañeros a llevarlo a cuestas. Oates, pidió a sus compañeros que lo abandonasen, pero ellos se negaron rotundamente. Comprendiendo que era una carga para los demás, abandonó la tienda en medio de una terrible ventisca y a 43 grados bajo cero, decidió salir al inmisericorde exterior para dejar de ser una carga para sus compañeros y brindarles una posibilidad de supervivencia. Lo hizo con entereza y con un aparente desapego, como quintaesencia del heroísmo británico, pronunciando una célebre frase que lo convertiría en héroe: “Voy a salir y puede que tarde un rato”.


Evans / Oates
Nunca regresó, su cuerpo congelado reposa en algún lugar ignoto y salvaje cerca del Polo Sur. Ese día cumplía 32 años. No sirvió de nada, Scott y los otros dos miembros restantes del grupo, Wilson y Bowers, acabaron muriendo también, desnutridos, agotados y congelados.

El 12 de noviembre de 1912, se encontraron los cadáveres de los tres miembros de la expedición en su tienda. Bowers estaba envuelto en su saco y Wilson tenía las manos cruzadas sobre el pecho, parecía que ambos murieron mientras dormían. Scott tenía medio cuerpo fuera del saco y uno de sus brazos extendido hacia Wilson, había sido el último en morir. Junto a sus restos mortales se encontraron sus diarios. En el diario de Scott se podía leer:

“… me gustaría tener una historia que contar sobre la fortaleza, resistencia y valor de mis compañeros que removería el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos, contarán la historia”

“Deberíamos aguantar hasta el final, pero nos estamos debilitando y el final no puede estar lejos. Es una pena, pero creo que no puedo escribir más. Por el amor de Dios, cuiden de los nuestros. R. Scott”

Murieron el 29 de marzo de 1912.



Scott

Cuando Scott consiguió alcanzar su soñado y obsesivo destino, lo que se encontró fue la bandera noruega que había dejado, un mes antes, Amundsen y su equipo, había perdido, aunque no era lo único, en aquella expedición, también se dejó la vida. De los cinco expedicionarios, ninguno logró sobrevivir, Scott y sus hombres perecieron cuando realizaban el camino de vuelta, debido a la inanición, al agotamiento físico, al frío extremo y al escorbuto, quedando casi como único recuerdo de aquella hazaña, la que el escritor austriaco Stefan Zweig, calificó como «uno de los cinco momentos estelares de la humanidad», su diario y sus fotografías.