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miércoles, 17 de marzo de 2010

"INVICTUS"

"INVICTUS"

En la noche que me envuelve

negra como un pozo sin fondo,

doy gracias a los dioses que pudieran existirAñadir imagen

por mi alma invicta.

En las azarosas garras de las circunstancias

nunca me he lamentado ni gemido.

Sometido a los golpes del destino

mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas

donde yace el Horror de la Sombra,

la amenaza de los años

me halla y me hallará, sin temor.

No importa cuán largo haya sido el camino,

cuán cargada de castigos la sentencia,

soy el amo de mi destino;

soy el capitán de mi alma.


William Ernest Henley (1849-1903)


viernes, 5 de febrero de 2010

Héroes de la Antártida

.

La gloria es la recompensa de los vencedores, de los que triunfan, la historia les guarda un puesto de honor, han sido los mejores, los primeros, los número uno y así serán recordados. Pero existen otros, que aun habiendo estado cerca de ese puesto de honor, no lo han conseguido, aunque su esfuerzo y sacrificio hubiese sido igual o incluso en ocasiones mayor, son los segundos, son los olvidados. Pocas veces, por no decir ninguna, nos acordamos de ellos, han luchado y se han esforzado, pero no han alcanzado ese lugar que los inmortalizará para siempre en la historia.

La Antártida es un vasto territorio desértico e inhóspito, de planicies, montañas, volcanes y abismales grietas bajo un manto helado; un territorio donde los vientos pueden soplar a más de 250 km/h y las temperaturas descender a casi 80 grados bajo cero. La conquista de este continente aparecía en las primeras décadas del siglo XX como un ineludible desafío para el hombre. Las expediciones al Polo Sur, bajo condiciones extremas y difíciles, precisan de una preparación minuciosa. Conseguir doblegar al medio y lograr el éxito personal, fueron los acicates de una dramática carrera en la que sólo valía vencer, aunque se dejase la vida en ello.

En 1911, tuvo lugar un acontecimiento que marcó un hito en las conquistas del hombre, el explorador noruego Roald Amundsen (1872-1928), realizaba su expedición a la Antártida y alcanzó por primera vez el Polo Sur. Su rival fue el británico Robert Falcon Scott (1868-1912), capitán de la Royal Navy, que llegó al Polo Sur sólo un mes después que Amundsen, pero ni él ni los demás miembros de su expedición, consiguieron sobrevivir en el viaje de regreso.

Roald Amundsen Scott, nacido en Davenport, logró ingresar a los trece años en la Real Armada Británica. Cinco años más tarde, en 1886, entró a formar parte de la escuadra de las Indias Occidentales, que se encontraba al mando del famoso explorador ártico Albert Hasting Markham. En 1899, Sir Clement Markham, presidente de la Royal Geographical Society de Londres, organizó una importante expedición a la Antártida y eligió a Scott para dirigirla, éste reunía las cualidades necesarias para una empresa de semejante envergadura: era un buen científico y un excelente oficial. Scott acepta dirigir la National Anthartic Expedition a bordo del RRS Discovery que comenzaría en 1900 y coloca un anuncio en el periódico que decía así:

"Se buscan hombres para viaje azaroso. Paga pequeña, frío intenso, largos meses de completa oscuridad, peligro constante. Regreso no asegurado. Honor y reconocimiento en caso de éxito"

(Aunque los historiadores difieran de este hecho, algunos aseveran la veracidad de este anuncio)
RRS Discovery
Scott se obsesionó luego con la idea de alcanzar el Polo Sur, consideraba que era de vital importancia ser el primero, más allá de motivos personales, lo motivaba el honor para su país.

Robert F. Scott
A comienzos de 1905, Scott inició una campaña con el objeto de recabar fondos para una segunda aventura expedicionaria al Polo Sur. Finalmente, se hizo con los servicios del buque Terranova y experimentó con los primeros vehículos motorizados para la nieve. Desechó la idea de utilizar perros para tirar de los trineos, prefiriendo el empleo de potros siberianos, a los que erróneamente creía mejor preparados para la nieve y las bajas temperaturas. En caso de muerte, pensaba, los animales servirían para alimentar a la expedición. Esta equivocada apreciación iba a ser una de las causas del trágico final de la aventura.
El 10 de junio de 1910, el Terranova zarpó de Inglaterra con dirección a Australia con todos los pertrechos de la expedición y un equipo de más de treinta personas. Entre ellas se encontraban el teniente Henry Bowers, el Dr. Edward Wilson, el contramaestre Edgar Evans y el capitán de caballería Lawrence Oates.

En medio de la travesía, fue informado de que el noruego Roald Amundsen también se dirigía al Polo Sur, Scott no disimuló su desazón, el proceder del noruego le pareció desleal por no hacer público sus propósitos con mayor antelación. Amundsen había divulgado la noticia de que se proponía realizar una expedición al Ártico, cuando en realidad tenía en mente llegar al Polo Sur. A partir de ese momento, la misión de explorar el Polo Sur, se convirtió en una carrera para ver quién era el primero en llegar.
El texto del telegrama que Amundsen envió a Scott fue el siguiente:

“Me permito informarle que el Fram se dirige a la Antártida. Amundsen”

Scott llegó a la Antártida en el ballenero escocés Terranova en enero de 1911. Ese mismo mes llegó Amundsen, a bordo del Fram, a la Bahía de las Ballenas (situada unas 60 millas más cerca del Polo Sur que la base de Scott, en McMurdo).

El viernes 14 de diciembre de 1911, los noruegos alcanzaron los 90º de latitud Sur, el Polo Sur de la Tierra, pasaron tres días allí y emprendieron el viaje de regreso a su campamento base (Framheim), al que llegaron el 25 de enero.
Equipo de Amundsen
Cuando Scott llegó al Polo Sur, el 18 de enero de 1912, descubrió que Amundsen lo había logrado un mes antes. Amundsen dejó una bandera noruega, una tienda negra y una carta para Scott. La carta decía lo siguiente:

Querido Capitán Scott:
Como usted probablemente es el primero en alcanzar esta área después de nosotros, le pediría amablemente expedir esta carta al Rey Haakon VII. Si usted quiere usar cualquiera de los artículos abandonados en la tienda no deje de hacerlo. El trineo dejado fuera puede ser empleado por usted.
Le deseo una vuelta segura. Cordiales saludos, Roald Amundsen.
Equipo de Scott
La planificación de la expedición fue el factor que marcó la diferencia, eso contribuyó a que Scott fracasara dramáticamente y Amundsen lograse el éxito. Amundsen utilizó para transportarse cuatro trineos y perros de raza groenlandesa, todos los perros estaban magníficamente adiestrados y Amundsen y sus hombres los controlaban a la perfección. Amundsen sacrificó a algunos de estos animales antes de llegar al Polo Sur y reservó su carne para el viaje de regreso, así disminuía la carga que se debía de transportar y garantizaba la alimentación de los perros supervivientes.




Scott se resistía a emplear perros, ya que detestaba la idea de sacrificar a unos cuantos para alimentar a los demás. Por este motivo, a los perros que llevaba los mandó de vuelta cuando la situación fue empeorando. Llevaba 3 trineos con motor que pronto se averiaron y sus 17 ponies, que cargaban pesados sacos con avena para su alimentación, se hundían en la nieve y al transpirar por todo el cuerpo, su piel se congelaba, cuestión que no pasaba con los perros al transpirar a través de su lengua. Scott tuvo que ordenar su sacrifico. Sin animales como porteadores, la expedición tuvo que continuar a pie cargando con su equipo.
Lawrence Oates
La expedición de Amundsen tenía, además, mejor equipamiento, ropa de más abrigo y mejores alimentos y aprendió técnicas de supervivencia de los indígenas de los climas árticos, algo que no hizo Scott, quien se limitó a seguir las indicaciones y consejos de sus predecesores en el Ártico y de sus superiores de la Royal Navy, quienes no quisieron o no supieron aprender demasiado de los inuit. Exhaustos, hambrientos y con terribles congelaciones, desmoralizados por el fracaso de no ser los primeros y con la completa seguridad de que no resistirían la travesía, Wilson, Evans, Scott, Oates y Bowers, emprendieron el viaje de retorno, pero jamás regresaron, tuvieron que soportar un frío extremo en su camino de vuelta, las nevadas intensas e incesantes y los terribles vientos. El primer miembro de la expedición de Scott que murió fue Evans, se encontraba lastimado tras una caída que lo había dejado malherido. Poco después falleció el capitán Lawrence Oates, quien padecía horribles congelaciones, gangrena incluso, una vieja herida de guerra reabierta y hasta parece que escorbuto, había perdido la movilidad de un pie por la congelación, lo que obligó a sus compañeros a llevarlo a cuestas. Oates, pidió a sus compañeros que lo abandonasen, pero ellos se negaron rotundamente. Comprendiendo que era una carga para los demás, abandonó la tienda en medio de una terrible ventisca y a 43 grados bajo cero, decidió salir al inmisericorde exterior para dejar de ser una carga para sus compañeros y brindarles una posibilidad de supervivencia. Lo hizo con entereza y con un aparente desapego, como quintaesencia del heroísmo británico, pronunciando una célebre frase que lo convertiría en héroe: “Voy a salir y puede que tarde un rato”.


Evans / Oates
Nunca regresó, su cuerpo congelado reposa en algún lugar ignoto y salvaje cerca del Polo Sur. Ese día cumplía 32 años. No sirvió de nada, Scott y los otros dos miembros restantes del grupo, Wilson y Bowers, acabaron muriendo también, desnutridos, agotados y congelados.

El 12 de noviembre de 1912, se encontraron los cadáveres de los tres miembros de la expedición en su tienda. Bowers estaba envuelto en su saco y Wilson tenía las manos cruzadas sobre el pecho, parecía que ambos murieron mientras dormían. Scott tenía medio cuerpo fuera del saco y uno de sus brazos extendido hacia Wilson, había sido el último en morir. Junto a sus restos mortales se encontraron sus diarios. En el diario de Scott se podía leer:

“… me gustaría tener una historia que contar sobre la fortaleza, resistencia y valor de mis compañeros que removería el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos, contarán la historia”

“Deberíamos aguantar hasta el final, pero nos estamos debilitando y el final no puede estar lejos. Es una pena, pero creo que no puedo escribir más. Por el amor de Dios, cuiden de los nuestros. R. Scott”

Murieron el 29 de marzo de 1912.



Scott

Cuando Scott consiguió alcanzar su soñado y obsesivo destino, lo que se encontró fue la bandera noruega que había dejado, un mes antes, Amundsen y su equipo, había perdido, aunque no era lo único, en aquella expedición, también se dejó la vida. De los cinco expedicionarios, ninguno logró sobrevivir, Scott y sus hombres perecieron cuando realizaban el camino de vuelta, debido a la inanición, al agotamiento físico, al frío extremo y al escorbuto, quedando casi como único recuerdo de aquella hazaña, la que el escritor austriaco Stefan Zweig, calificó como «uno de los cinco momentos estelares de la humanidad», su diario y sus fotografías.

sábado, 16 de enero de 2010

Cita de Martin Niemöller, erróneamente atribuida a Bertolt Brecht.


Varias son las versiones que circulan sobre cómo fue realmente la cita y cuando se produjo, ya que se ha transmitido oralmente, lo que no deja lugar a dudas es que su autoría, se debe al pastor protestante alemán Martin Niemöller y originalmente se trataba de un breve sermón.
Alude a las consecuencias de la indiferencia, de no hacer frente y ofrecer resistencia a las tiranías en los primeros intentos de establecerse, sobre todo cuando no nos afectan en primera persona.
Fue unos años después, cuando Sibylle Sarah Niemöller von Sell, esposa de Martin Niemöller, respondiendo a la pregunta de un estudiante, acerca de por qué en Alemania nadie se enfrentó a los nazis en su escalada de terror, pronunció de forma exacta estas palabras, que anteriormente había pronunciado Martin Niemöller en su sermón. Esta cita frecuentemente se atribuye, de forma errónea, a Bertolt Brecht y es conocida también como: “Cuando los nazis vinieron...”

"Primero vinieron a buscar a los comunistas y yo no era comunista, así que no hablé.
Después vinieron por los socialistas y los gremialistas, pero no era lo uno ni lo otro, así que no hablé.
Después vinieron a por los judíos, pero yo no era judío, así que no hablé.
Y cuando vinieron a por mí, ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí."


Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller, nació en Lippstadt, Alemania, el 14 de enero de 1892, hijo del pastor luterano Heinrich Niemöller y de Paula née Müller. Creció en un ambiente conservador. Se graduó como oficial de la Armada Imperial Alemana y durante la I Guerra Mundial estuvo al mando de un submarino. Cuando la guerra estaba ya próxima a terminar decidió que debía convertirse en predicador, esa historia posteriormente la plasmó en su libro “Vom U-Boot zur Kanzel” (Del Submarino al Pulpito). Entre 1919 y 1923 estudió Teología en Münster. Ya como pastor apoyó al principio la política anticomunista, antisemita y nacionalista alemana de Adolf Hitler y el Tercer Reich. Aunque la tensión con los nazis aumentaba, Niemöller se cuidó de no traspasar ciertos límites, hasta intentó superar a estos en patriotismo y veía con cierta simpatía la revitalización alemana del Nacional Socialismo de Hitler.
Cuando Dietrich Bonhoeffer, un teólogo protestante que también era pastor de la Iglesia Confesionaria, exhortó a los cristianos a ayudar a los judíos y a tomar medidas directas contra la persecución, Niemöller le contestó que la iglesia tenía que preocuparse de su propia seguridad antes de alzar la voz por otros.

No le quedó más opción que levantar al fin la voz contra el nazismo, cuando Hitler, en desarrollo de la política totalitaria de homogenización, denominada oficialmente Gleichschaltung, impuso sobre las iglesias protestantes al grupo de los Deutsche Christen (cristianos alemanes) que unieron 28 iglesias regionales en torno a una denominada Iglesia Evangélica Alemana (Deutsche Evangelische Kirche DEK), a la que se adhirieron la mayoría de los protestantes alemanes. La DEK impuso el "párrafo ario" (Arierparagraph) que excluía de la iglesia a todo creyente con antepasados judíos.
En mayo de 1936, cuando la Iglesia Confesionaria rechazó ciertos aspectos del antisemitismo oficial y pidió de nuevo un alto a la intervención en asuntos eclesiásticos, los nazis arrestaron a centenares de pastores, confiscaron las arcas de la iglesia y asesinaron a un pastor muy importante. Niemöller fue arrestado el 1 de julio de 1937 y condenado el 2 de marzo de 1938 a siete meses de cárcel por un tribunal especial. Después del arresto de Niemöller, la iglesia Cofesionaria también votó por cooperar con el gobierno, agradeciéndole la revitalización de la vida alemana. Como ya había cumplido la condena, al salir fue apresado por la Gestapo y permaneció retenido en los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau, no salió en libertad hasta la derrota de Alemania en 1945.

Después de su liberación, abandonó todo su pensamiento nacional socialista siendo uno de los firmantes de la Confesión de Culpa de Stuttgart, en la cual la Iglesia Evangélica alemana pedía perdón por haber guardado silencio frente al régimen nazi.
En enero de 1946, los representantes de la Iglesia Confesionaria se reunieron en Frankfort para debatir su reconstitución. Una vez más Niemöller subió al púlpito, pero dio un sermón muy distinto a los demás. Detalló las excusas que dio para no alzar la voz:
“Sí, Hitler atacó a los comunistas, pero ¿no eran ateos y revolucionarios? Y sí, aniquiló a los incapacitados y los enfermos, pero ¿no eran una carga para la sociedad? Y claro, detener a los judíos era deplorable, pero los judíos no son cristianos ¿verdad? Y lo de los países ocupados era una lástima, pero al menos eso no ocurrió en Alemania ¿no es cierto?
Ninguna excusa justificaba todo esto, reiteró.
Preferimos mantener silencio ante la excusa de que me habrían matado por ello. Claramente no somos inocentes y me pregunto una y otra vez ¿Qué habría pasado si en el año 1933 ó 1934, los pastores protestantes y todas las comunidades protestantes de Alemania hubieran defendido la verdad hasta la muerte? Puedo imaginar que tal vez 30.000 ó 40.000 cristianos protestantes habrían muerto, pero también puedo imaginar que habríamos salvado a 30 ó 40 millones de personas, porque eso es lo que el silencio nos costó”.
A partir de entonces, Niemöller, se convirtió en un ardiente pacifista y promotor del desarme nuclear. Murió en Wiesbaden el 6 de marzo de 1984 a los 92 años de edad.